La Ciudad de Buenos
Aires exhibe basura desparramada por todas partes a pesar de que su recolección se
realiza seis días a la semana y manda a enterrar a la Provincia unas 4500
toneladas por día proveniente de los domicilios porteños.
La vastedad territorial
de la región metropolitana bonaerense (en adelante, RMB) es la que permitió que
cuando en el último cuarto del siglo XX la Ciudad de Buenos Aires se
quedó sin zonas donde quemar o enterrar la basura, la dictadura militar de
entonces decidiera enterrar la basura en los “rellenos sanitarios” prontos a
abrirse en el conurbano bonaerense, territorio ajeno a la capital. De esta manera se consagró formalmente
que los ciudadanos de la Capital Federal se despreocuparan por lo menos durante
tres décadas de los residuos sólidos generados en el propio territorio.
(Nota: hasta que empezaron, en los años 90, las protestas en barrios afectados
por la contaminación proveniente de los rellenos, donde se comprobaron serias enfermedades masivas).
Actualmente, la
problemática de la basura y de los residuos sólidos urbanos (en adelante, RSU)
de la Ciudad de Buenos Aires se encuentra en una significativa encrucijada. La
irrupción masiva de los cartoneros, como expresión simbólica y concreta de la
crisis argentina de comienzos del siglo XXI, tuvo un empuje tan arrollador que
logró el reconocimiento formal de los mismos y luego la promulgación de una ley
Basura Cero, de avanzada mundial, que los incluía como pilares fundamentales de
la nueva política de RSU. Sin embargo, pasaron más de siete años desde dicha
ley, muy poco se ha hecho en la dirección del concepto clave para Basura Cero:
las 3R's (Reducir, Reutilizar, Reciclar) y para el reconocimiento efectivo de
los cartoneros, verdaderos artífices del reciclado, mientras que la basura de
la ciudad ha seguido creciendo en lugar de disminuir según el cronograma de reducción
pautado por la propia ley.
De buenas a primeras, al
comienzo de siglo, la problemática de la basura y de los desposeídos se metió
por la ventana en la sociedad porteña (en las demás grandes ciudades del país
la cuestión no es muy distinta), siempre tan creída de ser más parte de Europa
que de América Latina. Y de la mano de ella, se hizo presente la
reivindicación de los derechos básicos de los más necesitados de la sociedad. Se podría decir que todo pasa como si la
basura saliera por la ventana del sistema hacia la naturaleza y al ser ésta
incapaz de asimilarla (ello
no sucedía hasta hace un siglo atrás) y metabolizarla (ya que cada día
hay más materiales que no son biodegradables y también que el monto total de
basura crece) aquella vuelve a entrar por la puerta principal, desbaratando la
fiesta consumista de los beneficiarios del sistema.
La bonanza
socio-económica argentina de la última década trajo un mejoramiento
generalizado de la situación de los distintos estratos sociales aunque
probablemente haya empeorado la distribución del ingreso. Como resultado de
ello, el consumo global se ha incrementado de la mano de políticas públicas que
lo alientan, habiéndolo erigido en el motor de la demanda agregada. Sin
embargo, en la metrópolis sigue habiendo pobreza y muchos pobres.
La consecuencia más
importante y directa de la problemática de los RMB se localiza en el impacto
socio-ambiental local (y regional) de carácter crecientemente negativo que
tienen los rellenos sanitarios, hacia donde se lleva la mayor parte de la
basura para su disposición final así como en los ciento-y-tantos
basurales clandestinos, a cielo abierto, localizados en variadas zonas del
conurbano bonaerense.
Sucede que el
“metabolismo social ampliado”, característico de los últimos setenta años,
aproximadamente, del estilo de desarrollo vigente que es resultante de la
movilización masiva de recursos de fuera de la biósfera, provenientes de
yacimientos no-renovables, tales como minerales metálicos, hidrocarburos y
otros minerales del subsuelo está complejizando la composición de la basura con
nuevos materiales, desarrollados a partir de dichas materias primas, los que
aumentan el grado de sofisticación tecnológica de amplísimas líneas
de productos (por ejemplo, el desarrollo de una infinidad de
materiales plásticos y de las 140.000 sustancias químicas existentes de
carácter más o menos nocivo) conjuntamente
con el incremento del porcentaje total de basura proveniente de recursos
no-renovables.
A su vez,
la extracción y el uso masivo de esas materias primas que
permanecieron en el subsuelo a lo largo de miles de años, provocan
procesos biogeoquímicos extraordinariamente complejos que muy probablemente
estén sobrecargando la capacidad de regulación del ecosistema y generando una
contaminación sistémica por encima de dicha capacidad de regulación.
Por su parte, los
rellenos sanitarios tienen consecuencias directas sobre la salud de la
población del área de influencia e indirectas a través de las filtraciones a
los cursos de agua superficiales y subterráneos y, también, por el contacto
directo con la basura ya que, literalmente, muchas familias viven (obtienen
alimento, vestimenta, calzado, medicamentos, juguetes para los niños, etc.) de
ella.
Como ya señalamos, hoy día, la necesidad de reducir
la basura remite al nivel de consumo de las clases medias y altas, parte del
cual puede considerarse suntuario o, por lo menos, prescindible/postergable.
Pero aún el consumo de las clases populares incluye "consumo
chatarra". Ello remite a su vez a uno de los pilares del capitalismo
contemporáneo, cual es el mundo de la publicidad + marketing + packaging, conjunto
de actividades realizadas por los industriales, comerciantes y proveedores de
servicios para incentivar el consumo.
Por ello, el problema de
la basura apela a reflexionar acerca de nuestro estilo de vida. Por un lado, en
la RMB ya no hay más localidades que quieran recibir nuestros desechos en su
territorio; tampoco se los puede arrojar al mar ni al espacio, por lo cual
tendremos que ver qué hacer para regular al sistema económico que los produce,
analizando qué responsabilidades tiene/no tiene sobre ello.
Desde una postura ética
entiendo que no corresponde imponerles a los pobres que vivan sobre nuestra
basura, como tampoco que coman de las basuras del sistema porque no tienen
trabajo e ingresos; para ello, se les deberá brindar oportunidades.
Entonces, ¿por qué sostener este sistema económico-social perverso que lleva a
decenas de miles de familias a hurgar en la basura para comer y sacar un
pequeño ingreso monetario de la venta de materiales a reutilizar/reciclar, a
riesgo de intoxicarse con la comida y con residuos peligrosos o que se
contagien enfermedades de los residuos patogénicos? ¿por qué sostener un
sistema que nos impone a gritos que consumamos, que nos convence cuán divinos
seremos cuando lo hagamos y cuán infelices si no lo hacemos, un sistema que
gasta fortunas para que la presentación de los productos sea irresistiblemente
atractiva? Un sistema al que para ganar más dinero no le importa si nos llena
la ciudad de envases plásticos que después permanecerán por miles de años
enterrados antes de que sean biodegradados. Un sistema que nos ha inundado la
vida de productos electrónicos sin haber previsto siquiera qué hacer con las
montañas de desechos de esos productos y de sus baterías recargables que van
quedando por doquier siendo que poseen elevado potencial contaminante. Un
sistema empresarial que se resiste férreamente desde hace más de una década a
la promulgación de leyes que lo limiten en estos aspectos. Un sistema con
poderosos grupos económicos que lucran con la basura y no permiten efectivizar
la ley de basura cero promulgada hace 9 años. Una Ceamse
(Coordinación Ecológica del Área Metropolitana, Sociedad del Estado), creada
por la dictadura en la etapa más dura de la misma (1976), que continúa firme a
pesar de todos los contaminados, intoxicados y muertos habidos y por haber.
Ello me mueve a esta
invocación ética que pasa por una profunda reflexión acerca de la problemática
de la basura, tal vez una de las más paradigmáticas del estilo de desarrollo
inequitativo que vivimos en la región metropolitana (aunque extensible al país
y al mundo) en el
entendimiento que hay que actuar sobre el propio sistema que mantiene y
reproduce esta situación. El
dilema no es desarrollo o ambiente sino hacer que el desarrollo llegue a los
más necesitados, como los cartoneros, que hasta ahora son los únicos que día a
día hacen algo económica, social y ambientalmente sustentable por nuestra
basura. Y en esta línea de reflexión probablemente nos encontremos con nuevas
limitantes al desarrollo, de carácter socio-ambiental, las que cuando no son
respetadas es la propia naturaleza quien se ocupa de develar, tal como en las
últimas inundaciones en Buenos Aires y La Plata.